miércoles, 1 de junio de 2011

COLABORACIONES AMIGAS

EL CID HA MUERTO, ¡VIVA EL CID!

Por Fernando José Sánchez Vindel

Estas palabras pretenden ser una elegía. Elegía a un extraordinario y grandioso torero que se ha extinguido de tanto romperse toreando con el alma. Una estrella apagada que un día iluminó con toda su fuerza el terrible planeta de los toros. No voy a detenerme en estadísticas, pues ni valgo para ello ni el Cid lo merecería. Manuel Jesús ha sido puro sentimiento, el quejío sabio de la fragua que abrasa las gargantas en los bordes candentes de la madrugada. "Estirpe de la gracia saetera".
Hay una Sevilla que ríe y una Sevilla que aguarda, silenciosa, los luminosos rincones de la noche para decir, a gritos templados, las verdades eternas. El Cid siempre ha dado, en sus grandes tardes, un recital de expresión herida, un canto y un cante, pensado sólo para los cabales que pueden y quieren escucharlo, desnudo, verdadero y sabio. Nunca ha sabido el sevillano adornar su mensaje, su sosegado y herido lamento. Caminó siempre por los palos fundamentales del toreo: la verónica, el derechazo y el natural. La toná, la soleá y la seguiriya. ¿Para qué más? Con esas armas atravesaba el duende su desgarbado cuerpo para mordernos dulcemente el corazón.
Un sentimiento, además, ha caracterizado la carrera del diestro de Salteras: la empatía. Todos hemos sido el Cid cada vez que ha llorado tras perder la merecida gloria con la espada. Igual que todos hemos sido el Cid cuando, tras echar fuera de sí toda su alma, nos partíamos las camisas. Analicémoslo un poco desde el punto de vista taurino:
Con el capote casi nunca ha sido un virtuoso, pero su capa de grandes dimensiones, templada y mandona, ha servido para enseñar a sus toros el camino y la forma de seguirlo. La mano derecha ha logrado, con un ligero codilleo acompañado de la cintura, un muletazo sabroso, de gracia castellana. Pero con lo que ha marcado la diferencia el Cid ha sido con su templada, enclasada, profunda y poderosa mano izquierda. Manuel ha dado los naturales más largos de la historia del toreo, extendiendo su largo brazo, su muñeca, sus dedos, sus falanges... Todo ello acompañado del cuerpo, relajado, entregado, sobrecogido.
Hay quien piensa que el Cid ha sido un torero de corridas duras. Pero el sevillano no se ha caracterizado por su poder, sino por su pureza. Lo que ocurre es que entendía como nadie al toro de Victorino, y tenía un tremendo valor para darles esos toques sutiles que esos animales necesitan. Pero, por lo demás, con el toro duro y malo ha sido muy torpe para taparse. También hay quien piensa que el Cid es sólo torero de victorinos. Tampoco es cierto. Y si no, ahí quedan sus faenas de rabo en Madrid a un toro de Alcurrucén y a otro del Pilar. El Cid es el torero que más faenas de Puerta Grande ha realizado en Las Ventas en la última década. Conquistó La Maestranza, algo nada fácil para un torero recio como él; y se consagró definitivamente una tarde de agosto en Bilbao, saliendo a hombros con seis victorinos. Esa tarde resume a la perfección la carrera del diestro de Salteras.
En una plaza, la de Bilbao, que no le había visto triunfar, donde no tenía excesivo cartel y llena de un público educado, pero neófito en el arte del toreo, el Cid, sin un sólo gesto para la galería, desgranó su toreo como un suave sirimi, y “el verso cae al alma como al pasto el rocío". Fue penetrando, convenciendo, hipnotizando a la plaza de Bilbao, hasta que estalló de locura y placer cuando el duro presidente, Matías González, sacó sus dos pañuelos a la vez, otrogándole las dos orejas del quinto de la tarde. En aquel esfuerzo sobrehumano se acabó la gasolina del Cid...
Mientras era paseado a hombros, una tenue luz crepuscular, melancólica, lo fue envolviendo. Después llegó el sufrimiento propio y de sus seguidores, que veíamos cómo el sevillano apenas era una sombra de lo que había sido. La enfermedad y muerte de su padre parecía explicarlo, pero este año ya se ha demostrado que el Cid exultante y poderoso, que todos admirabamos un día, ha muerto para siempre, que su estrella ya no ilumina como un sol incandescente el terrible planeta de los toros. Ya sé que, como le corresponde, el Cid ganará batallas después de muerto, pero yo quiero aquí y ahora rendirle mi último homenaje, el adiós de los marineros, la más hermosa de las elegías. El Cid ha muerto. ¡Viva el Cid!.

“Un trágico quijote desgarbado
estirpe de la gracia saetera,
con su zurda muleta por bandera
a cárdenos molinos enfrentado,
arcángel por el temple bautizado
en la llama fugaz de una quimera.
El cáliz de pasión de su montera
anida un corazón enamorado.
Junco andaluz, flamenco y sevillano.
Flor de jazmín, estrellas y corales.
Del embrujo, torero soberano.
El paso de piedad de los cabales
que rozan paraísos con la mano,
cuando torea el Cid por naturales.".

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