EL ENEMIGO ESTÁ DENTRO
Cuando salió el Pliego de Condiciones para licitar por la Plaza de las Ventas, advertí que tenía dos fallos fundamentales: la supresión de festejos en el mes de Marzo, y no obligar a celebrar corridas de toros los domingos de verano. Haber eliminado el mes de Marzo del pliego es absurdo, teniendo en cuenta que en esas fechas todos tenemos ganas de toros. Pero peor es la práctica desaparición de las corridas de toros los domingos estivales. Esas corridas eran la única oportunidad que tenían muchos matadores jóvenes para confirmar la alternativa y darse a conocer. También servían para resucitar a toreros estimables que estaban en el pozo. Gracias a estas corridas todos los veranos resurgían dos o tres matadores. Sin ellas la renovación en el escalafón superior se ha vuelto poco menos que imposible...Y esto es gravísimo. Que luego nadie se queje de que los carteles de las ferias son siempre los mismos.
Como soy un ingenuo incorregible, pensé que estas deficiencias serían corregidas generosamente por la empresa arrendataria. La entrada en ella de nombres nuevos y con fama de audaces, me animaban a ser optimista. Además, el menor canon económico a pagar, hace que la empresa pueda jugar con unos márgenes mayores y pueda volcarse en la confección de una gran temporada. Mi gozo en un pozo. La oferta de temporada presentada por Taurodelta, es de una mezquindad lamentable. Ajustándose con racanería a los mínimos exigidos en el pliego, nos deja sin mes de Marzo y, una vez acabado San Isidro, las corridas de toros prácticamente desaparecen de la programación. Es decir, atracón indigerible en la isidrada y, después, pan y agua para el resto de la temporada.
Es evidente que Simón Casas pinta menos que la Tomasa en los títeres. Quien corta el bacalao es Choperita, hombre de nula afición, que solamente está en el negocio por razones de tipo hereditario y que es un empresario feriante. Jamás ha creído en las plazas de temporada. Nótese que estos señores están dando diez corridas de toros menos de las que daban los Lozano o el inolvidable Manolo Chopera, que consiguió hacer torear a las figuras en Madrid los domingos del mes de Julio. Este lujo hoy se antoja como un sueño imposible. Esas diez corridas de toros menos, son precisamente las del verano. Choperita tiene el dudoso honor de haber laminado la temporada madrileña, y ha podido hacerlo con total impunidad porque los políticos de la Comunidad se lo han consentido, y porque una prensa domesticada hasta lo ha justificado.
La oferta de Taurodelta es de una verborrea incontenible, pero tras tanta palabrería lo único que se esconde es el afán de ganar mucho dinero en las fechas rentables, e ir minando poco a poco los siete meses de temporada. Porque las novilladas están muy bien y son muy necesarias, pero junto a las corridas de toros y no como sustitutas baratas de los festejos mayores, mucho más costosos. Esta es la madre del cordero. En el fondo la promoción de los novilleros (muy necesaria, por otra parte) les trae al pairo. Lo que ocurre es que las novilladas son menos caras de organizar que las corridas y arrojan menos pérdidas, y eso es lo que les interesa. Esta es la razón última de los interminables meses de novilladas que nos esperan.
Lo de la “feria del arte y la cultura” es una cachondada que va a dar lugar a mucho pitorreo. Además de tacaños, cursis. Y ese mes de encastes minoritarios con tres novillos de aquí y otros tres de allá, en principio parece poco serio, como tampoco es seria la organización de una novillada concurso en lugar de una corrida. En cuanto a la presencia de novilleros punteros en Abril y de figuras fuera de feria, habrá que verlo. El papel lo aguanta todo, pero luego todos los toreros quieren ir directamente a San Isidro y no quieren ni oír hablar de Madrid el resto del año. En fin parole, parole... , que dicen los transalpinos.
Ya he advertido en muchas ocasiones lo nefasto que sería para la fiesta la desaparición de Madrid como plaza de temporada.No voy a insistir mas en ello. Mucho me temo, eso sí, que en el próximo pliego se dejarán ya de requilorios y la temporada quedará reducida a lo rentable, a San Isidro y alguna corrida extraordinaria, tal y como desean esos políticos ignorantes y avarientos; y esos empresarios taurinos miopes y cortoplacistas.
Conclusión: los antis no necesitan trabajar. Los políticos y los taurinos ya se encargan de la demolición de la fiesta desde dentro. Una vez más lo acabamos de comprobar. Disparad sobre nosotros, el enemigo está dentro, dijo un patriota en una célebre ocasión. Pues eso mismo digo yo.
Domingo Delgado de la Cámara
viernes, 30 de diciembre de 2011
domingo, 11 de diciembre de 2011
MÁS SOBRE EL FUTURO DE LA FIESTA
LIDIA SIN SANGRE
Tengo la impresión de que los patéticos espectáculos que últimamente han tenido lugar en Las Vegas y en Quito, no se van a quedar ahí. Lamentablemente son el futuro. Todas las fuerzas empujan en esa dirección. No sólo animalistas y ecologistas quieren quitar la sangre a las corridas, también los taurinos. E incluso el público. Me explico:
La evolución del propio espectáculo, en el que han sido primados los valores estéticos en detrimento de la emoción y el peligro, tienden muchas veces a hacer innecesarios los elementos sangrientos de la tauromaquia tradicional. Muchas veces la suerte de varas se queda en un simulacro porque el toro ya sale picado de los chiqueros. Ver una tercera vara se ha vuelto imposible, por la sencilla razón de que ningún toro la soporta. El toro ha pasado de ser un rival indómito y orgulloso a ser un colaborador servil y sin fuerza. Y en este contexto los elementos punzantes y sangrientos ya no tienen sentido.
Por otro lado, la inmensa mayoría del público, y la crítica, solamente valora ya el componente estético de la fiesta, e ignoran y pasan de largo por los ingredientes cruentos, que son tomados como males necesarios y no como fundamentos esenciales de la lidia. Cuando en un extraño acaso, sale de repente una corrida dura de las que hacen sudar a los toreros y pasar miedo a los espectadores, solamente salimos satisfechos de la plaza cuatro aficionados que, inmediatamente, somos tachados de brutales y anticuados. Al día siguiente la crítica pone a parir al ganadero, compadece a los toreros y dice que ese toro prehistórico ya no tiene razón de ser ni de existir.
En este contexto ¿tiene sentido la suerte de varas y la muerte a estoque del toro? La cosa viene de largo. Poco a poco se ha ido despojando a la fiesta de sus elementos dramáticos. Primero se pusieron los petos; después se empezó a afeitar a mansalva, luego se suprimieron las banderillas de fuego... Y para buscar la mayor estética posible y la comodidad del torero, se fue quitando fiereza a los toros y se descastaron las ganaderías. ¿Cual va a ser el siguiente movimiento?
Efectivamente, el paso de Belmonte por el toreo fue crucial. Y no por lo de quedarse quieto, como tantas veces se ha dicho, sino porque el toreo pasó de ser una lucha, llena de dramatismo y crudeza, a ser un ballet tan estético como decadente. Y, poco a poco, el toreo ha pasado de ser una fiesta popular y de masas a un espectáculo elitista y snob. Y vuelvo a preguntar: en este contexto, ¿tiene sentido la suerte de varas y la muerte a estoque del toro...?
Y ahora vayamos al ambiente profesional, al ambiente de los toreros. Cualquiera que hable con ellos, se da cuenta de que aborrecen al toro de verdad y adoran a la babosa que se cae. Cuando se enfrentan al toro fuerte, serio y en puntas, es porque no tienen mas remedio. El sueño de cualquier principiante es llegar a figura para torear toros blandos y afeitados, y ganar dinero no exponiendo un alamar. Por la presión de los toreros influyentes, se están mandando al matadero ganaderías centenarias, para que sólo sobreviva un encaste, el que ellos quieren, el más previsible, el menos exigente, el que asusta menos... Esto es lo que se piensa en el ambiente profesional. El hecho de tener que matar al toro es una penosa obligación, ya que ellos, dicen, son artistas, no matarifes.
No sé porqué las declaraciones de Castella en este sentido han causado tanta indignación cuando Curro Romero y Antonio Ordóñez, ya hace años, decían lo mismo y nadie se mosqueó con ellos. Así pues, una fiesta donde no haya que matar, donde no haya que jugársela en el momento más peligroso, donde los triunfos no se esfumen por el mal uso de la espada, es vista con agrado en el ambiente profesional, aunque no se atrevan a decirlo en público por el qué dirán.
Si los toreros tuvieran vergüenza torera, se hubieran negado en bloque a participar en el escarnio de Quito. Muchos se han prestado a participar en la patochada, y es que el negoci es el negoci..., que dicen por el noreste. Y claro, en el momento en que se prohíba herir al toro, por aquello de humanizar la fiesta, se autorizará automáticamente la lidia de utreros y erales en las corridas de toros, y el desmochado de las astas será obligatorio. La gloria para los toreros medrosos, para los ídolos de revista del cuore y para permanecer en activo hasta los setenta años. ¿Alguien puede creer que, en esta perspectiva, el ambiente profesional va a luchar por la fiesta íntegra y de verdad?
Los políticos estarán encantados con la nueva coyuntura El demagogo de turno dirá en su discurso que, con las nuevas medidas, se consigue aunar el respeto a la tradición con la protección de los animales. En Pamplona, en las mañanas de San Fermín, se han celebrado siempre becerradas de noveles a las que me gustaba acudir. Ya no voy. Desde hace dos años son incruentas: el concejal de turno afirmó que se tomaba la medida para no herir la sensibilidad de los niños. No he oído ni una sola protesta. Poco a poco la lidia sin sangre va conquistando posiciones. La publicidad de los espectáculos de recortadores va por el mismo camino: “Sin sangre”, advierten los carteles...
Con la lidia sin sangre, los antitaurinos estarán eufóricos, pues habrán conquistado su objetivo; el taurinismo feliz por no tener que matar y por haber desterrado de una vez por todas al toro de verdad; los políticos sacarán pecho ante Europa por lo modernísimos que somos..., y ese público de aluvión que va a los toros frívolamente a merendar y dejarse ver, los primeros años del invento seguirá yendo a la plaza tan ricamente. Hay unanimidad y las unanimidades siempre se imponen.
Sólo lo lamentaremos cuatro aficionados, que como dijo una vez Jesulín, cabemos en un autobús y no lo llenamos. Desde luego yo, cuando el toro no muera a estoque en el ruedo; cuando su muerte sea prostituída en un sórdido y oscuro matadero, cuando el rito no se cumpla, nunca más pisaré una plaza de toros. Porque para mí el toreo no es un espectáculo frívolo y teatral. Es un rito donde se muestra el valor y el ingenio humano desafiando y venciendo a la muerte, matando a la muerte.
Las corridas incruentas serán el principio del fin, porque sin el riesgo ni sus elementos dramáticos, el toreo es una pantomima sin sentido y los pases del torero se convierten en muecas patéticas. Y la gente irá dejando de ir, pues aquello será un ballet aburridísimo. Y la antaño gloriosa tauromaquia, será algo reducido y marginal, como los tablaos para turistas o esos circos tristísimos que se instalan en los descampados...
Ojalá que todo esto sea un mal sueño, una pesadilla invernal. Ojalá que todos reaccionemos en pro de la fiesta de verdad. Ojalá que prevalezca en el futuro la fiesta íntegra y sin mixtificaciones... Y que dentro de cuarenta años podamos seguir yendo a los toros tal y como ahora lo hacemos. Ojalá...
Una vez el maestro Juncal preguntó a su genial limpiabotas:
-Búfalo ¿cómo es la muerte de un toro bravo?
-Solemne, maestro, es solemne...
Yo no quiero renunciar a esa solemnidad.
Domingo Delgado de la Cámara
Tengo la impresión de que los patéticos espectáculos que últimamente han tenido lugar en Las Vegas y en Quito, no se van a quedar ahí. Lamentablemente son el futuro. Todas las fuerzas empujan en esa dirección. No sólo animalistas y ecologistas quieren quitar la sangre a las corridas, también los taurinos. E incluso el público. Me explico:
La evolución del propio espectáculo, en el que han sido primados los valores estéticos en detrimento de la emoción y el peligro, tienden muchas veces a hacer innecesarios los elementos sangrientos de la tauromaquia tradicional. Muchas veces la suerte de varas se queda en un simulacro porque el toro ya sale picado de los chiqueros. Ver una tercera vara se ha vuelto imposible, por la sencilla razón de que ningún toro la soporta. El toro ha pasado de ser un rival indómito y orgulloso a ser un colaborador servil y sin fuerza. Y en este contexto los elementos punzantes y sangrientos ya no tienen sentido.
Por otro lado, la inmensa mayoría del público, y la crítica, solamente valora ya el componente estético de la fiesta, e ignoran y pasan de largo por los ingredientes cruentos, que son tomados como males necesarios y no como fundamentos esenciales de la lidia. Cuando en un extraño acaso, sale de repente una corrida dura de las que hacen sudar a los toreros y pasar miedo a los espectadores, solamente salimos satisfechos de la plaza cuatro aficionados que, inmediatamente, somos tachados de brutales y anticuados. Al día siguiente la crítica pone a parir al ganadero, compadece a los toreros y dice que ese toro prehistórico ya no tiene razón de ser ni de existir.
En este contexto ¿tiene sentido la suerte de varas y la muerte a estoque del toro? La cosa viene de largo. Poco a poco se ha ido despojando a la fiesta de sus elementos dramáticos. Primero se pusieron los petos; después se empezó a afeitar a mansalva, luego se suprimieron las banderillas de fuego... Y para buscar la mayor estética posible y la comodidad del torero, se fue quitando fiereza a los toros y se descastaron las ganaderías. ¿Cual va a ser el siguiente movimiento?
Efectivamente, el paso de Belmonte por el toreo fue crucial. Y no por lo de quedarse quieto, como tantas veces se ha dicho, sino porque el toreo pasó de ser una lucha, llena de dramatismo y crudeza, a ser un ballet tan estético como decadente. Y, poco a poco, el toreo ha pasado de ser una fiesta popular y de masas a un espectáculo elitista y snob. Y vuelvo a preguntar: en este contexto, ¿tiene sentido la suerte de varas y la muerte a estoque del toro...?
Y ahora vayamos al ambiente profesional, al ambiente de los toreros. Cualquiera que hable con ellos, se da cuenta de que aborrecen al toro de verdad y adoran a la babosa que se cae. Cuando se enfrentan al toro fuerte, serio y en puntas, es porque no tienen mas remedio. El sueño de cualquier principiante es llegar a figura para torear toros blandos y afeitados, y ganar dinero no exponiendo un alamar. Por la presión de los toreros influyentes, se están mandando al matadero ganaderías centenarias, para que sólo sobreviva un encaste, el que ellos quieren, el más previsible, el menos exigente, el que asusta menos... Esto es lo que se piensa en el ambiente profesional. El hecho de tener que matar al toro es una penosa obligación, ya que ellos, dicen, son artistas, no matarifes.
No sé porqué las declaraciones de Castella en este sentido han causado tanta indignación cuando Curro Romero y Antonio Ordóñez, ya hace años, decían lo mismo y nadie se mosqueó con ellos. Así pues, una fiesta donde no haya que matar, donde no haya que jugársela en el momento más peligroso, donde los triunfos no se esfumen por el mal uso de la espada, es vista con agrado en el ambiente profesional, aunque no se atrevan a decirlo en público por el qué dirán.
Si los toreros tuvieran vergüenza torera, se hubieran negado en bloque a participar en el escarnio de Quito. Muchos se han prestado a participar en la patochada, y es que el negoci es el negoci..., que dicen por el noreste. Y claro, en el momento en que se prohíba herir al toro, por aquello de humanizar la fiesta, se autorizará automáticamente la lidia de utreros y erales en las corridas de toros, y el desmochado de las astas será obligatorio. La gloria para los toreros medrosos, para los ídolos de revista del cuore y para permanecer en activo hasta los setenta años. ¿Alguien puede creer que, en esta perspectiva, el ambiente profesional va a luchar por la fiesta íntegra y de verdad?
Los políticos estarán encantados con la nueva coyuntura El demagogo de turno dirá en su discurso que, con las nuevas medidas, se consigue aunar el respeto a la tradición con la protección de los animales. En Pamplona, en las mañanas de San Fermín, se han celebrado siempre becerradas de noveles a las que me gustaba acudir. Ya no voy. Desde hace dos años son incruentas: el concejal de turno afirmó que se tomaba la medida para no herir la sensibilidad de los niños. No he oído ni una sola protesta. Poco a poco la lidia sin sangre va conquistando posiciones. La publicidad de los espectáculos de recortadores va por el mismo camino: “Sin sangre”, advierten los carteles...
Con la lidia sin sangre, los antitaurinos estarán eufóricos, pues habrán conquistado su objetivo; el taurinismo feliz por no tener que matar y por haber desterrado de una vez por todas al toro de verdad; los políticos sacarán pecho ante Europa por lo modernísimos que somos..., y ese público de aluvión que va a los toros frívolamente a merendar y dejarse ver, los primeros años del invento seguirá yendo a la plaza tan ricamente. Hay unanimidad y las unanimidades siempre se imponen.
Sólo lo lamentaremos cuatro aficionados, que como dijo una vez Jesulín, cabemos en un autobús y no lo llenamos. Desde luego yo, cuando el toro no muera a estoque en el ruedo; cuando su muerte sea prostituída en un sórdido y oscuro matadero, cuando el rito no se cumpla, nunca más pisaré una plaza de toros. Porque para mí el toreo no es un espectáculo frívolo y teatral. Es un rito donde se muestra el valor y el ingenio humano desafiando y venciendo a la muerte, matando a la muerte.
Las corridas incruentas serán el principio del fin, porque sin el riesgo ni sus elementos dramáticos, el toreo es una pantomima sin sentido y los pases del torero se convierten en muecas patéticas. Y la gente irá dejando de ir, pues aquello será un ballet aburridísimo. Y la antaño gloriosa tauromaquia, será algo reducido y marginal, como los tablaos para turistas o esos circos tristísimos que se instalan en los descampados...
Ojalá que todo esto sea un mal sueño, una pesadilla invernal. Ojalá que todos reaccionemos en pro de la fiesta de verdad. Ojalá que prevalezca en el futuro la fiesta íntegra y sin mixtificaciones... Y que dentro de cuarenta años podamos seguir yendo a los toros tal y como ahora lo hacemos. Ojalá...
Una vez el maestro Juncal preguntó a su genial limpiabotas:
-Búfalo ¿cómo es la muerte de un toro bravo?
-Solemne, maestro, es solemne...
Yo no quiero renunciar a esa solemnidad.
Domingo Delgado de la Cámara
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Pesimismo
INCIERTO FUTURO
Nunca he sido un pesimista profesional, de esos que se están lamentando a todas horas, pero si observamos con frialdad la realidad que nos circunda, no podemos ser optimistas. Sé bien que este artículo no va a gustar nada, y muchos me van a poner a caldo. Pero la fiesta de los toros se halla en la encrucijada más difícil de su historia. Los próximos años van a ser claves para la supervivencia de la tauromaquia. Se avecinan tiempos duros, existe toda una confabulación para acabar con el toreo, nuestros enemigos son muy poderosos. No querer darse cuenta es una irresponsabilidad y una locura.
Los antitaurinos ya han conseguido una cosa muy importante para ellos: marginar la fiesta. Gracias a una presión de años, han conseguido que la fiesta sea un asunto marginal del que apenas se habla. Han conseguido que los medios de comunicación no presten atención a los toros. Salvo alguna excepción puntual, las televisiones ignoran el tema taurino y, si se informa, es de modo sesgado y negativo. Baste recordar la satisfacción con la que se informó de la prohibición de los toros en Cataluña en casi todas las televisiones. En aquél momento pudo comprobarse muy bien de qué parte estaban las muy influyentes televisiones. Se ha conseguido instalar en el conjunto de la sociedad la creencia de que los toros son una barbaridad que no merece la pena, una diversión propia de gentes incultas y atrasadas. Ese cliché ha arraigado con una fuerza tremenda entre la gente común y, sin medios a nuestro favor, va a ser muy difícil de combatirlo.
Por otro lado, y por temor a la ira antitaurina, los grandes bancos, las grandes empresas, las multinacionales, que esponsorizan con gran generosidad los acontecimientos culturales y deportivos, no dan un solo euro a la fiesta de los toros. Otro tanto puede decirse de las administraciones públicas, que patrocinan a fondo perdido el deporte de base y la cultura minoritaria, pero a la fiesta la castigan con impuestos agobiantes (el dieciocho por ciento de IVA por ejemplo). Alguien dirá que el ayuntamiento de tal o cual pueblo de Castilla se vuelca con la fiesta de los toros... Sí, pero es una gota de agua en el océano del desprecio de la inmensa mayoría de las administraciones.
Lo que quiere decir que la economía de las corridas de toros se basa únicamente en la taquilla. Y la taquilla sola no puede sostener ya la carestía del espectáculo taurino. el precio de las entradas no puede subirse un euro más. El precio de los tendidos de sombra es astronómico y hay que ser un auténtico potentado para tener un par de abonos de sombra en Sevilla, por ejemplo. Sin embargo los empresarios dicen no ganar dinero. Y es que los gastos son tantos, que en cuanto el cartel es un poco fuerte, el empresario pierde dinero ¡con la plaza llena!. La economía de los otros espectáculos masivos se basa en el dinero de las televisiones y en la publicidad, no en la taquilla. Y este camino está vedado para el toreo por la labor de zapa hecha durante años por los antitaurinos. Ninguna televisión, ninguna empresa, ningún banco quiere vincular su nombre a la tauromaquia. Y el toreo se verá constreñido a un ámbito cada vez más pobre y marginal.
Otro tema gravísimo es el de las novilladas. No va nadie a presenciarlas. Tampoco va nadie, ciertamente, al cine o a ver deporte amateur. Pero aquí no hay problema: las grandes empresas y, sobre todo, las administraciones públicas subvencionan con inmensa generosidad los partidos de tercera división a campo vacío, o las semanas de teatro experimental argentino, pongo por caso, con las butacas vacías. Clara malversación de dinero público, que debería indignar al contribuyente.
El toreo no tiene tan generosos mecenas. Hasta ahora las novilladas venían sobreviviendo gracias al apoyo de los ayuntamientos de los pueblos de Castilla y a la aportación de los famosos ponedores, padrinos adinerados con el negocio del ladrillo que invertían un dinerito en la carrera de un muchacho. Pero, con la actual crisis económica, ni los ayuntamientos de la zona centro van a poder organizar novilladas, ni va a haber ya ponedores. Con este panorama ¿cuántas novilladas van a celebrarse?... Y si no hay novilladas, dentro de quince años no habrá matadores de toros ¡y se acabó!.
Invertir esta tendencia va a ser complicadísimo. En los despachos de las televisiones, de los políticos, de los bancos..., se sienta gente ya formada y crecida con todos los prejuicios antitaurinos en la cabeza. Y que no querrá exponer su carrera vinculándola con los toros. La estrategia antitaurina ha sido de una gran eficacia: primero se sataniza el espectáculo y se le hace marginal. Y conseguido esto, ya se puede empezar la campaña para la prohibición absoluta. El modelo piloto ha sido Cataluña. Luego vamos todos los demás.
¿Qué se puede hacer para invertir esta tendencia? Y por favor, que nadie me venga con “el indiscutible arraigo de los toros en el pueblo español”; que tampoco me cuenten aquello de que “la verdad y emoción de la fiesta la hacen invulnerable”. Que no me cuenten estas cosas, porque no son ciertas. A la gente cargada de prejuicios en contra de la fiesta, nuestros argumentos le resbalan y ni siquiera los escucha.
Pero vuelvo a preguntar: ¿qué podemos hacer para invertir esta tendencia? De entrada apunto que conseguir espacio para la fiesta en la televisión puede costar mucho dinero. Y los taurinos no están dispuestos a invertir dinero: ¡quieren llevárselo! Y como los toros no aparezcan por la tele, esto se acaba. Lo que no aparece en televisión es como si no existiera. Así funciona el mundo de hoy. Por supuesto, que un canal de pago esté televisando los festejos, es totalmente insuficiente. Si queremos que en el futuro haya aficionados, habría que televisar los grandes festejos de la temporada en abierto, aunque se fastidie el negocio de Molés y José Tomás se quite de en medio. No es momento para los egoísmos personales, es la hora de la generosidad y la amplitud de miras.
Otro asunto estremecedor es el del campo bravo. Nunca fue negocio criar toros de lidia. Se trataba de un lujo de terratenientes. Pero tampoco era la ruina que ahora es. El toro se alimentaba de lo que encontraba en el suelo y poco más, no se le daban tratamientos sanitarios; los hombres que lo cuidaban estaban en los cortijos por la comida y poco más (injusto a todas luces, claro)... Ahora todo es muy distinto: los gastos se han disparado, la alimentación, la sanidad, los sueldos de los operarios, el mantenimiento de las instalaciones..., todo cuesta un Potosí. Mientras el precio final del toro se ha hundido. Es muy caro criar un toro mientras que su precio en el mercado es ínfimo. Hecha la excepción de un puñado de ganaderías, los toros de las demás no valen prácticamente nada. Entre otras cosas, porque no hay con qué pagarlos... El futuro es muy lóbrego. ¿Cuántas ganaderías van a sobrevivir? Muy pocas. ¿Y cuántas van a desparecer? Casi todas. El panorama es estremecedor. La fiesta puede acabar, o quedar reducida a cuatro fechas muy puntuales, por falta de materia prima...
Ya sé que lo que digo es muy triste y no va a gustar, pero todo lo dicho es cierto, dolorosamente cierto. Y lo primero que tenemos que hacer es tomar conciencia de tan precaria situación. Y dejar a un lado egoísmos, enemistades personales, desencuentros absurdos y, juntos, ponernos a trabajar. El tiempo corre contra nosotros. Y nos va el futuro en ello.
P.D. La próxima semana hablaré de la patochada de Quito.
Nunca he sido un pesimista profesional, de esos que se están lamentando a todas horas, pero si observamos con frialdad la realidad que nos circunda, no podemos ser optimistas. Sé bien que este artículo no va a gustar nada, y muchos me van a poner a caldo. Pero la fiesta de los toros se halla en la encrucijada más difícil de su historia. Los próximos años van a ser claves para la supervivencia de la tauromaquia. Se avecinan tiempos duros, existe toda una confabulación para acabar con el toreo, nuestros enemigos son muy poderosos. No querer darse cuenta es una irresponsabilidad y una locura.
Los antitaurinos ya han conseguido una cosa muy importante para ellos: marginar la fiesta. Gracias a una presión de años, han conseguido que la fiesta sea un asunto marginal del que apenas se habla. Han conseguido que los medios de comunicación no presten atención a los toros. Salvo alguna excepción puntual, las televisiones ignoran el tema taurino y, si se informa, es de modo sesgado y negativo. Baste recordar la satisfacción con la que se informó de la prohibición de los toros en Cataluña en casi todas las televisiones. En aquél momento pudo comprobarse muy bien de qué parte estaban las muy influyentes televisiones. Se ha conseguido instalar en el conjunto de la sociedad la creencia de que los toros son una barbaridad que no merece la pena, una diversión propia de gentes incultas y atrasadas. Ese cliché ha arraigado con una fuerza tremenda entre la gente común y, sin medios a nuestro favor, va a ser muy difícil de combatirlo.
Por otro lado, y por temor a la ira antitaurina, los grandes bancos, las grandes empresas, las multinacionales, que esponsorizan con gran generosidad los acontecimientos culturales y deportivos, no dan un solo euro a la fiesta de los toros. Otro tanto puede decirse de las administraciones públicas, que patrocinan a fondo perdido el deporte de base y la cultura minoritaria, pero a la fiesta la castigan con impuestos agobiantes (el dieciocho por ciento de IVA por ejemplo). Alguien dirá que el ayuntamiento de tal o cual pueblo de Castilla se vuelca con la fiesta de los toros... Sí, pero es una gota de agua en el océano del desprecio de la inmensa mayoría de las administraciones.
Lo que quiere decir que la economía de las corridas de toros se basa únicamente en la taquilla. Y la taquilla sola no puede sostener ya la carestía del espectáculo taurino. el precio de las entradas no puede subirse un euro más. El precio de los tendidos de sombra es astronómico y hay que ser un auténtico potentado para tener un par de abonos de sombra en Sevilla, por ejemplo. Sin embargo los empresarios dicen no ganar dinero. Y es que los gastos son tantos, que en cuanto el cartel es un poco fuerte, el empresario pierde dinero ¡con la plaza llena!. La economía de los otros espectáculos masivos se basa en el dinero de las televisiones y en la publicidad, no en la taquilla. Y este camino está vedado para el toreo por la labor de zapa hecha durante años por los antitaurinos. Ninguna televisión, ninguna empresa, ningún banco quiere vincular su nombre a la tauromaquia. Y el toreo se verá constreñido a un ámbito cada vez más pobre y marginal.
Otro tema gravísimo es el de las novilladas. No va nadie a presenciarlas. Tampoco va nadie, ciertamente, al cine o a ver deporte amateur. Pero aquí no hay problema: las grandes empresas y, sobre todo, las administraciones públicas subvencionan con inmensa generosidad los partidos de tercera división a campo vacío, o las semanas de teatro experimental argentino, pongo por caso, con las butacas vacías. Clara malversación de dinero público, que debería indignar al contribuyente.
El toreo no tiene tan generosos mecenas. Hasta ahora las novilladas venían sobreviviendo gracias al apoyo de los ayuntamientos de los pueblos de Castilla y a la aportación de los famosos ponedores, padrinos adinerados con el negocio del ladrillo que invertían un dinerito en la carrera de un muchacho. Pero, con la actual crisis económica, ni los ayuntamientos de la zona centro van a poder organizar novilladas, ni va a haber ya ponedores. Con este panorama ¿cuántas novilladas van a celebrarse?... Y si no hay novilladas, dentro de quince años no habrá matadores de toros ¡y se acabó!.
Invertir esta tendencia va a ser complicadísimo. En los despachos de las televisiones, de los políticos, de los bancos..., se sienta gente ya formada y crecida con todos los prejuicios antitaurinos en la cabeza. Y que no querrá exponer su carrera vinculándola con los toros. La estrategia antitaurina ha sido de una gran eficacia: primero se sataniza el espectáculo y se le hace marginal. Y conseguido esto, ya se puede empezar la campaña para la prohibición absoluta. El modelo piloto ha sido Cataluña. Luego vamos todos los demás.
¿Qué se puede hacer para invertir esta tendencia? Y por favor, que nadie me venga con “el indiscutible arraigo de los toros en el pueblo español”; que tampoco me cuenten aquello de que “la verdad y emoción de la fiesta la hacen invulnerable”. Que no me cuenten estas cosas, porque no son ciertas. A la gente cargada de prejuicios en contra de la fiesta, nuestros argumentos le resbalan y ni siquiera los escucha.
Pero vuelvo a preguntar: ¿qué podemos hacer para invertir esta tendencia? De entrada apunto que conseguir espacio para la fiesta en la televisión puede costar mucho dinero. Y los taurinos no están dispuestos a invertir dinero: ¡quieren llevárselo! Y como los toros no aparezcan por la tele, esto se acaba. Lo que no aparece en televisión es como si no existiera. Así funciona el mundo de hoy. Por supuesto, que un canal de pago esté televisando los festejos, es totalmente insuficiente. Si queremos que en el futuro haya aficionados, habría que televisar los grandes festejos de la temporada en abierto, aunque se fastidie el negocio de Molés y José Tomás se quite de en medio. No es momento para los egoísmos personales, es la hora de la generosidad y la amplitud de miras.
Otro asunto estremecedor es el del campo bravo. Nunca fue negocio criar toros de lidia. Se trataba de un lujo de terratenientes. Pero tampoco era la ruina que ahora es. El toro se alimentaba de lo que encontraba en el suelo y poco más, no se le daban tratamientos sanitarios; los hombres que lo cuidaban estaban en los cortijos por la comida y poco más (injusto a todas luces, claro)... Ahora todo es muy distinto: los gastos se han disparado, la alimentación, la sanidad, los sueldos de los operarios, el mantenimiento de las instalaciones..., todo cuesta un Potosí. Mientras el precio final del toro se ha hundido. Es muy caro criar un toro mientras que su precio en el mercado es ínfimo. Hecha la excepción de un puñado de ganaderías, los toros de las demás no valen prácticamente nada. Entre otras cosas, porque no hay con qué pagarlos... El futuro es muy lóbrego. ¿Cuántas ganaderías van a sobrevivir? Muy pocas. ¿Y cuántas van a desparecer? Casi todas. El panorama es estremecedor. La fiesta puede acabar, o quedar reducida a cuatro fechas muy puntuales, por falta de materia prima...
Ya sé que lo que digo es muy triste y no va a gustar, pero todo lo dicho es cierto, dolorosamente cierto. Y lo primero que tenemos que hacer es tomar conciencia de tan precaria situación. Y dejar a un lado egoísmos, enemistades personales, desencuentros absurdos y, juntos, ponernos a trabajar. El tiempo corre contra nosotros. Y nos va el futuro en ello.
P.D. La próxima semana hablaré de la patochada de Quito.
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