miércoles, 7 de diciembre de 2011

Pesimismo

INCIERTO FUTURO


Nunca he sido un pesimista profesional, de esos que se están lamentando a todas horas, pero si observamos con frialdad la realidad que nos circunda, no podemos ser optimistas. Sé bien que este artículo no va a gustar nada, y muchos me van a poner a caldo. Pero la fiesta de los toros se halla en la encrucijada más difícil de su historia. Los próximos años van a ser claves para la supervivencia de la tauromaquia. Se avecinan tiempos duros, existe toda una confabulación para acabar con el toreo, nuestros enemigos son muy poderosos. No querer darse cuenta es una irresponsabilidad y una locura.
Los antitaurinos ya han conseguido una cosa muy importante para ellos: marginar la fiesta. Gracias a una presión de años, han conseguido que la fiesta sea un asunto marginal del que apenas se habla. Han conseguido que los medios de comunicación no presten atención a los toros. Salvo alguna excepción puntual, las televisiones ignoran el tema taurino y, si se informa, es de modo sesgado y negativo. Baste recordar la satisfacción con la que se informó de la prohibición de los toros en Cataluña en casi todas las televisiones. En aquél momento pudo comprobarse muy bien de qué parte estaban las muy influyentes televisiones. Se ha conseguido instalar en el conjunto de la sociedad la creencia de que los toros son una barbaridad que no merece la pena, una diversión propia de gentes incultas y atrasadas. Ese cliché ha arraigado con una fuerza tremenda entre la gente común y, sin medios a nuestro favor, va a ser muy difícil de combatirlo.
Por otro lado, y por temor a la ira antitaurina, los grandes bancos, las grandes empresas, las multinacionales, que esponsorizan con gran generosidad los acontecimientos culturales y deportivos, no dan un solo euro a la fiesta de los toros. Otro tanto puede decirse de las administraciones públicas, que patrocinan a fondo perdido el deporte de base y la cultura minoritaria, pero a la fiesta la castigan con impuestos agobiantes (el dieciocho por ciento de IVA por ejemplo). Alguien dirá que el ayuntamiento de tal o cual pueblo de Castilla se vuelca con la fiesta de los toros... Sí, pero es una gota de agua en el océano del desprecio de la inmensa mayoría de las administraciones.
Lo que quiere decir que la economía de las corridas de toros se basa únicamente en la taquilla. Y la taquilla sola no puede sostener ya la carestía del espectáculo taurino. el precio de las entradas no puede subirse un euro más. El precio de los tendidos de sombra es astronómico y hay que ser un auténtico potentado para tener un par de abonos de sombra en Sevilla, por ejemplo. Sin embargo los empresarios dicen no ganar dinero. Y es que los gastos son tantos, que en cuanto el cartel es un poco fuerte, el empresario pierde dinero ¡con la plaza llena!. La economía de los otros espectáculos masivos se basa en el dinero de las televisiones y en la publicidad, no en la taquilla. Y este camino está vedado para el toreo por la labor de zapa hecha durante años por los antitaurinos. Ninguna televisión, ninguna empresa, ningún banco quiere vincular su nombre a la tauromaquia. Y el toreo se verá constreñido a un ámbito cada vez más pobre y marginal.
Otro tema gravísimo es el de las novilladas. No va nadie a presenciarlas. Tampoco va nadie, ciertamente, al cine o a ver deporte amateur. Pero aquí no hay problema: las grandes empresas y, sobre todo, las administraciones públicas subvencionan con inmensa generosidad los partidos de tercera división a campo vacío, o las semanas de teatro experimental argentino, pongo por caso, con las butacas vacías. Clara malversación de dinero público, que debería indignar al contribuyente.
El toreo no tiene tan generosos mecenas. Hasta ahora las novilladas venían sobreviviendo gracias al apoyo de los ayuntamientos de los pueblos de Castilla y a la aportación de los famosos ponedores, padrinos adinerados con el negocio del ladrillo que invertían un dinerito en la carrera de un muchacho. Pero, con la actual crisis económica, ni los ayuntamientos de la zona centro van a poder organizar novilladas, ni va a haber ya ponedores. Con este panorama ¿cuántas novilladas van a celebrarse?... Y si no hay novilladas, dentro de quince años no habrá matadores de toros ¡y se acabó!.
Invertir esta tendencia va a ser complicadísimo. En los despachos de las televisiones, de los políticos, de los bancos..., se sienta gente ya formada y crecida con todos los prejuicios antitaurinos en la cabeza. Y que no querrá exponer su carrera vinculándola con los toros. La estrategia antitaurina ha sido de una gran eficacia: primero se sataniza el espectáculo y se le hace marginal. Y conseguido esto, ya se puede empezar la campaña para la prohibición absoluta. El modelo piloto ha sido Cataluña. Luego vamos todos los demás.
¿Qué se puede hacer para invertir esta tendencia? Y por favor, que nadie me venga con “el indiscutible arraigo de los toros en el pueblo español”; que tampoco me cuenten aquello de que “la verdad y emoción de la fiesta la hacen invulnerable”. Que no me cuenten estas cosas, porque no son ciertas. A la gente cargada de prejuicios en contra de la fiesta, nuestros argumentos le resbalan y ni siquiera los escucha.
Pero vuelvo a preguntar: ¿qué podemos hacer para invertir esta tendencia? De entrada apunto que conseguir espacio para la fiesta en la televisión puede costar mucho dinero. Y los taurinos no están dispuestos a invertir dinero: ¡quieren llevárselo! Y como los toros no aparezcan por la tele, esto se acaba. Lo que no aparece en televisión es como si no existiera. Así funciona el mundo de hoy. Por supuesto, que un canal de pago esté televisando los festejos, es totalmente insuficiente. Si queremos que en el futuro haya aficionados, habría que televisar los grandes festejos de la temporada en abierto, aunque se fastidie el negocio de Molés y José Tomás se quite de en medio. No es momento para los egoísmos personales, es la hora de la generosidad y la amplitud de miras.
Otro asunto estremecedor es el del campo bravo. Nunca fue negocio criar toros de lidia. Se trataba de un lujo de terratenientes. Pero tampoco era la ruina que ahora es. El toro se alimentaba de lo que encontraba en el suelo y poco más, no se le daban tratamientos sanitarios; los hombres que lo cuidaban estaban en los cortijos por la comida y poco más (injusto a todas luces, claro)... Ahora todo es muy distinto: los gastos se han disparado, la alimentación, la sanidad, los sueldos de los operarios, el mantenimiento de las instalaciones..., todo cuesta un Potosí. Mientras el precio final del toro se ha hundido. Es muy caro criar un toro mientras que su precio en el mercado es ínfimo. Hecha la excepción de un puñado de ganaderías, los toros de las demás no valen prácticamente nada. Entre otras cosas, porque no hay con qué pagarlos... El futuro es muy lóbrego. ¿Cuántas ganaderías van a sobrevivir? Muy pocas. ¿Y cuántas van a desparecer? Casi todas. El panorama es estremecedor. La fiesta puede acabar, o quedar reducida a cuatro fechas muy puntuales, por falta de materia prima...
Ya sé que lo que digo es muy triste y no va a gustar, pero todo lo dicho es cierto, dolorosamente cierto. Y lo primero que tenemos que hacer es tomar conciencia de tan precaria situación. Y dejar a un lado egoísmos, enemistades personales, desencuentros absurdos y, juntos, ponernos a trabajar. El tiempo corre contra nosotros. Y nos va el futuro en ello.

P.D. La próxima semana hablaré de la patochada de Quito.

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