Feria de San Isidro: La novillada de Las Venta del lunes 30 de Mayo de 2011
Rafael Cerro torea con temple, cualidad que yo agradezco mucho, harto como estoy de ver torear a mil por hora todos los días. El temple es la manifestación suprema del valor, pues el torero medroso torea rápido para quitarse cuanto antes al toro de encima. Y, como todas las cualidades basadas en el valor, es innata, no se aprende. Decía Antonio Bienvenida: “Toreamos despacio porque el toreo se nos va en cada pase”. Es cierto, por lo que el toreo rápido resulta insípido e insustancial. Lo que más se aprecia es el torear despacio. Es cuando el toreo conmueve y emociona.
Y por su sentido del temple me ha gustado Rafael Cerro. Dicen que se le ha ido sin torear el sexto de la tarde. Yo discrepo. Este sexto pareció mucho mejor de lo que en realidad era, precisamente porque ha caído en unas manos muy templadas, que lo traían y llevaban sin enganchones.
Cerro tiene también muy buen oficio. El novillo ha lucido porque lo ha llevado a media altura. En cuanto lo hubiese atacado, se hubiera rajado porque era un manso sin raza. Y de hecho se rajó al final de la faena, a pesar de que lo trató con un temple exquisito y no lo obligó casi nunca. Otra cualidad de Cerro es que está más preocupado de torear que de componer. Y me parece muy bien, porque también estoy harto de ese ciento de figurines que componen, pero que no torean. El muchacho se despreocupa de ponerse bonito, mientras se ocupa de enganchar delante y llevar hasta el final. Y eso es el toreo. Las posturas para el tablao. Estoy de cursis hasta el gorro.
Lo peor de su actuación fue que con el estoque se tiró directamente a los bajos en los dos novillos. A su primero, que se lastimó en una mano y embistió sin celo y con la cara alta, ya le había dado muchos pases limpios, y había estado especialmente brillante con el capote: primero en un quite por saltilleras y, después, con unos delantales muy lentos en respuesta a otros delantales de Silveti. La gente de Cerro también ha estado bien. Teodomiro Caballero y Vicente Yestera picó y banderilleó, respectivamente, muy bien al sexto.
Ese sexto fue el menos manso de una mansada de El Ventorrillo. Novillos que casi todos tenían hechuras de toro, pero que mansearon en demasía, especialmente el primero, que huyó de su sombra hasta el último momento. La lidia de este novillo fue un constante error táctico. Y es que, como ahora casi no salen, cuando sale un manso pregonao nadie sabe qué hacer.
En primer lugar fue una locura cambiar el tercio con dos puyacitos. Se puede aliviar en el caballo al pastueño sin fuerza, pero nunca al manso pregonao. Al manso pregonao hay que pararlo como sea. El tercer puyazo era obligado. El toro se quedó sin picar y comenzó a correr de acá para allá, dando arreones y sin obedecer a nada ni a nadie. Silveti se puso a torearlo al natural de buenas a primeras. No, hombre, no. Primero hay que doblarse con él, reducirlo y pararlo. Y una vez hecho esto, es cuando hay que intentar torear en redondo. A lo mejor el toro no se presta, pero estará dominado y listo para la muerte. Otra clase de lidia supone estar persiguiendo al toro todo el rato y, además, estar a su merced. Diego Silveti, tan voluntarioso como inexperto, persiguió al novillo hasta por la acera de la calle Alcalá, y en un arreón de buey, se llevó un volteretón espectacular. La segunda estocada que dio fue muy buena, lo mejor que hizo.
Y yo pregunto: ¿No hay nadie en su entorno que le diga lo que hay que hacer? Los toreros solo tienen a su alrededor aduladores. La incultura taurina de los profesionales del toreo es galopante. Por supuesto, cuando algún buen aficionado aconseja lo que hay que hacer, los profesionales le miran con el desprecio del ignorante. La ignorancia es atrevida. Este es un problema serio que tiene la fiesta: los chavales no tienen buenos consejeros y ya no se habla de toros. Es un mal general.
El cuarto fue muy informal. Me gusta esta expresión: es ideal para definir a ese toro de embestida cambiante e imprevisible. Creo que el hallazgo se debe a Manuel Caballero. Con este animal informal, Silveti estuvo voluntarioso, pero la cosa se alargó tanto que a punto estuvo de oír los tres avisos. Habrá que volver a verlo, pero con novillos buenos. Tiene valor y buenas maneras, y tendrá que corregir su constante tendencia al codilleo y a estar siempre al hilo, pero es un novillero interesante al que ayer no pudimos apreciar.
Víctor Barrio dio una muy buena serie con la mano derecha a su primero, con ese estilo suyo que conjuga muy bien el clasicismo con la verticalidad. Pero el manso ya no quiso embestir más y se puso a topar. Lo mató de una gran estocada. Sin embargo con el quinto dio un mitin con la espada. La faena había sido totalmente intrascendente por la nula raza y nula calidad del oponente.
Visto lo visto en estas tres novilladas de San Isidro, la conclusión a la que llego es que el panorama novilleril no es tan malo. Más bien lo contrario: hay novilleros interesantes. Si el público no los conoce es porque los empresarios no organizan novilladas, ni los periodistas hablan de los novilleros. Se trata, por tanto, de un mal estructural. Novilleros, haberlos haylos. Y esto, con la que está cayendo, ya supone un auténtico milagro.
Por último, quiero desde aquí enviar un recuerdo a Ortega Cano, y expresarle mi más sincero deseo de una pronta recuperación. ¡Mucha suerte, Matador!
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