jueves, 19 de mayo de 2011

En los 50 años de la alternativa del Viti

SU MAJESTAD EL VITI

Domingo Delgado de la Cámara


Empezaron a llamarlo así en 1961, a partir de una gran faena en Bogotá a un toro berrendo de Mondoñedo. Al matador no le hizo gracia la ocurrencia, pero quedó para la historia, porque encajaba totalmente con el personaje, ya que el toreo del Viti ha sido mayestático y solemne. Santiago Martín era, evidentemente, Su Majestad en el toreo. Quizás ha sido el mejor muletero de la historia. Ahí han quedado sus monumentales faenas, y quien se asome a ellas medio siglo después de realizadas, comprobará que todavía no han sido superadas. Los toreros actuales torean muy bien, pero no han superado en nada ni al Viti ni a Paco Camino. Durante toda mi vida de aficionado, estas han sido mis dos grandes referencias. Mi apreciación sobre otros toreros ha fluctuado, ha subido, ha bajado. Pero el Viti y Camino siempre han estado en lo más alto de mis preferencias. He pensado muchas veces que podría deberse a que fueron los dos primeros grandes toreros a los que vi en las plazas. Pero no. No se trata de añoranzas infantiles. Los videos demuestran que ambos fueron la culminación de la Escuela Neoclásica del toreo, y que llevaron al toreo a su máxima expresión técnica y estética.
Los que han venido después, han toreado muy bien, pero no han superado a los maestros. Cuando la gente veía una gran faena del Viti, exclamaba: ”Hoy se torea mejor que nunca”. Y era cierto. Esa generación de toreros llevó el toreo a su máximo esplendor, culminando lo que sesenta años antes habían iniciado Joselito y Belmonte. Y en frente del Viti estaba el Cordobés, que también estaba culminando un camino: el de invadir los terrenos del toro. Y así, los años sesenta fueron culminantes en la historia del toreo. Por un lado, Camino y el Viti llevaban al toreo a sus máximas cotas artísticas; y por otro Benítez se metía completamente en el terreno del toro, llevando el valor a sus últimas fronteras. Después solo se ha visto una repetición virtuosa de lo ya hecho.
Es obligado recordar, por supuesto, a Diego Puerta, cuarto as de este póquer de ases, que tuvo tanto cartel como ellos, ya que aunaba el valor con la gracia sevillana. Un gran torero al que la historia no ha hecho justicia. Algún día hablaré de él largo y tendido, pero ahora tenía que mencionar aquí a los compañeros del Viti, y subrayar lo que supuso esa generación en la historia del toreo. Desde luego la primera parte de la carrera del Viti la conozco a través de las películas o vídeos que han llegado hasta nosotros.
La primera tarde que vi al Viti en directo fue en la Corrida de Beneficencia de Madrid de 1976, que no fue precisamente afortunada para él. Pero me impresionó su aplomo y su saber estar en la plaza. Después yo le recordaba, y en el pasillo de mi casa, con una muleta diminuta en la mano, imitaba sus gestos y sus movimientos, cosa que también hacía en las plazas ese gran torero que fue Julio Robles. Durante los tres años siguientes tuve la suerte de ver muy buenas faenas del Viti, y una deslumbrante de Paco Camino a un toro de Baltasar Ibán. Eran mis ídolos. No me interesaban ni Cardeñosa, ni Juanito, ni Santillana... Y desde entonces Santiago y Paco son mi referencia comparativa: cuando aparece un buen torero, rápidamente lo pongo en relación con el temple del Viti, con la sabiduría de Paco, y con la enorme clase de los dos. Y, dependiendo de lo lejos o cerca que quede de ellos, pongo nota al torero en cuestión. Por cierto y abriendo un paréntesis, tras cuarenta años en los que todos los toreros quedaban por debajo de mis ídolos admirados, ahora hay hasta cuatro matadores que están a su mismo nivel: Enrique Ponce, José Tomás, Morante de la Puebla y el Juli. Los cuatro han escrito ya muchas páginas de oro para la historia del toreo, aunque todavía no tengamos la perspectiva necesaria para verlo.
En alguno de mis libros he dicho que el Viti parece salido de un cuadro de Zurbarán. Parece San Hugo en el Refectorio. Y es que la tauromaquia para el Viti ha sido esencialmente una cuestión espiritual. Se trata de un hombre sobrio que apenas se ha dejado tentar por el demonio y la carne. La fama y el dinero, que tanto obsesionan a otros toreros, parecía que al Viti no le importaban demasiado. Era un asceta. Su obsesión era otra: lograr la perfección en el toreo. Y muchas veces consiguió esa perfección. En el celuloide han quedado varias faenas insuperables: la del Garzón en Vistalegre en 1968, toro al que cortó el rabo; la de un Lisardo en Sevilla en 1969, muchísimo mejor que la famosa del toro de Samuel del 1966; la de un toro de Galache en Madrid en 1971 (el día que confirmaba la alternativa Juan José). Esta quizá haya sido la mejor faena del Viti en Madrid. Otra a un Barcial en Valencia en 1964; otra a un toro de Atanasio en Barcelona... Y así podría añadir muchísimas, pero solo citaré una más: aquella a un toro del Conde de la Corte en Pamplona, cuando las Peñas empezaron a cantar: El Viti, el Viti, el Viti es cojonudo, como el Viti no hay ninguno, musiquilla que luego la gente, por cualquier estupidez, ha dedicado a cualquier catamañanas. Pero su origen fue este, cosa que casi nadie recuerda ya.
El Viti fue un torero con la seriedad y el porte de Manolete, el temple de Domingo Ortega y la clase de Juan Belmonte. Su toreo es esencialmente belmontino, pero con la técnica asimilada de Manolete, y un temple prodigioso que ha estado al alcance de muy pocos. Antes del Viti ese temple fue propiedad de Domingo Ortega, y después de Dámaso González. El gran torero de Albacete se parece muy poco al Viti, pero sí comparte con él ese prodigioso sentido del temple. Y vamos a repasar su tauromaquia.
La obsesión por el temple del Viti se ponía de manifiesto ya con la capa, tratando de torear muy despacio a la verónica. Su media belmontina puede figurar como el mejor modelo en cualquier escuela de tauromaquia. La media verónica que dio al toro de su alternativa, “Guapito” de Alipio, en Madrid en 1961, estuvo en la cabecera del Noticiario NODO durante muchísimos años. Cuando cogía la muleta, se ponía en acción el mejor muletero de la historia, así como suena. Los inicios de faena de Santiago eran extraordinarios. Ahí están las imágenes del toro de Lisardo en Sevilla. Toreaba por trincherazos y ayudados por bajo o por alto, con un recio clasicismo que llenaba de satisfacción al aficionado más exigente.
Nadie ha toreado en redondo tan hacia adentro como el Viti. Prácticamente trazaba circunferencias completas. Y, lo que es más difícil: conseguía una perfecta ligazón a pesar de lo dentro que se echaba al toro. Es decir, tenía una gran técnica y muchísimo valor, porque los otros grandes toreros para ligar han necesitado más espacio y llevar más en línea al toro. El Viti ha sido el gran maestro de la línea curva, y enfrente de él estaba Camino, que ha sido el gran maestro de la línea recta. No es de extrañar, por tanto, que a Santiago le gustase más lo de Parladé y a Paco lo de Santa Coloma. Santiago era el temple y Paco la facilidad. Una limpieza total en ambos. Dos tauromaquias perfectas y complementarias..., y vuelve a salir Paco Camino en la conversación, porque es imposible hablar del mejor muletero de la historia si referirnos al otro gran intérprete del toreo de muleta.
El Viti con la derecha bien, pero con la izquierda superior. Y eso que la tenía rota y no podía extender por completo el brazo. Aquella cogida en Francia, paradójicamente, fue una bendición para el Viti, pues le obligó a torear más cerca y más en redondo. Y aquél codo izquierdo, que no se extendía del todo, se identificó tanto con el Viti, que después los toreros jóvenes y con el brazo sano, también lo hacían. Robles sobre todo.
La izquierda del Viti solo ha tenido dos competidoras a lo largo de la historia: la de Camino (Camino otra vez), y la de Manolete. Series en que el toro iba embebido en la muleta, en aquellos pases curvilíneos y cadenciosos, rematadas con un soberbio pase de pecho. Porque en esto el Viti sí que no ha tenido competidor alguno: los catedralicios pases de pecho del Viti no han tenido comparación, tan curvos y tan rematados al hombro contrario. Todavía estoy viendo uno concreto, uno que dio a un Torrestrella en su última tarde en Madrid. Esos pases de pecho son de lo mejor que un aficionado ha podido ver a lo largo de la historia del toreo.
Y la pulcritud. Ni un trallazo, ni un enganchón. Yo me formé como aficionado a la sombra del Viti, y por eso ahora no consiento ni tolero los trallazos y los enganchones. No me interesa el torero que torea rápido o le enganchan la muleta. Porque he visto faenas perfectas, donde el toro siempre fue embebido en la muleta, pero nunca la alcanzó. Esto es el temple: que la huela y no la coja. Quien quiere torear despacio y le tocan la muleta, algo está haciendo mal. Quien, por querer torear limpio, torea deprisa, tampoco lo está haciendo bien. El temple es el punto justo, y es muy difícil tener ese punto justo: hay que tener mucho valor para esperar a que el toro meta la cabeza y llevarlo despacito. Ante la muleta del Viti los toros estaban embelesados; parecía que les gustaba embestir y que colaboraban encantados en la obra magna. Y es que el temple obra también este milagro: despoja al toro de su violencia y lo convierte en material dúctil para hacer una obra de arte. Y no crean ustedes que el Viti necesitaba un toro a modo para hacer sus grandes faenas. Le valían muchos toros, porque tenía valor y vergüenza torera.
Con la espada, a pesar de su fama, no era ni Manolete, ni Rafael Ortega, ni Paco Camino. Sin ser un virtuoso, sí que era seguro y eficaz. En realidad el Viti no hacía nada mal. Y, con la técnica y el sitio que legó Manuel Rodríguez Sánchez a todos los toreros, llevó el toreo de Belmonte a su máxima belleza. El Viti es como si Belmonte hubiera podido llegar a torear después de Manolete. Es decir, Santiago Martín puso a Juan Belmonte a torear en redondo, cosa que el de Triana no hizo jamás, pues fue Manolete quien impuso ese toreo muchos años después. Y con un temple y una cadencia que siempre me han recordado a Domingo Ortega, otra grandiosa figura de la fiesta, dicho sea de paso.
Estaría incompleto este recuerdo del Viti si no hablamos de la hombría de bien de Santiago. Un hombre bueno y prudente, sin rencores ni enemigos. Un hombre que no ha tenido nada que ver, afortunadamente, con los peores estereotipos del torero arrogante, juerguista y pendenciero. Un ejemplo dentro y fuera del ruedo. Un Señor. Y ahí está su trayectoria: casi veinte años en máxima figura; hizo el gesto de matar Miuras, Pablo Romeros, Victorinos..., y triunfó con ellos; toreó con todos los toreros de su tiempo sin vetar a ninguno... Y catorce Puertas Grandes en Madrid, ahí es nada. Cifra espectacular que será muy difícil que alguien la supere.
Ha sido una gran satisfacción para mí recordar una vez más a S.M. El Viti, uno de mis toreros más queridos. Por eso, cuando el amigo Dioni me sugirió que escribiera algo sobre Santiago Martín, Su Majestad el Viti, acepté encantado, pues el gran torero del Campo Charro se merece este homenaje que le dedica la afición asturiana. Me sumo al homenaje con toda mi admiración hacia el Maestro.

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