SÁBADO, 11 DE jUNIO DE 2011
LE LLAMABAN TRINIDAD
Si hay algo que un Presidente no debe hacer, es provocar a los espectadores. La irresponsable actuación del Presidente Trinidad López Pastor, a punto estuvo de desembocar en un problema de orden público. Si la afición no se amotinó, fue porque los aficionados a los toros son personas de buenos sentimientos y exquisita educación. Si semejante atraco se hubiera producido en un partido de fútbol, hay destrozo del mobiliario urbano, heridos y hasta detenciones. Pero la gente de los toros acaba por tomarse las cosas a broma. Menos mal, porque al menos cuatro toros fueron hurtados a la afición.
Los dos toros de Camacho, otro de la Palmosilla y el sobrero final del Torero, debieron haber sido devueltos. Los Camacho estaban totalmente inválidos; el Palmosillo, además de inválido, era una cabra; y el del Torero era un chivo indecoroso, incompatible con una plaza de primera. Varios de ellos protestados no solo por el Siete, sino por toda la plaza. De cinco toros que el Presidente debería haber devuelto, solo devolvió uno. Fue un milagro que la gente no quemara la plaza. Mal estuvo haber aprobado en el reconocimiento cuatro palmosillos enanos, pero fue peor no devolver al corral las sarta de inválidos que iba saliendo. Y yo no soy partidario de devolver sin ton ni son, pero es obligado devolver al inválido declarado, porque con él el toreo es imposible y se hurta un toro al público. Y ayer hubo unos cuantos inválidos declarados.
Tras lo de ayer, exigimos el cese inmediato de Trinidad López Pastor. Siempre fue un mal presidente, pero lo de ayer no tuvo nombre. Un Presidente está, en primer lugar, para velar por la paz y el orden público, por lo que resulta inconcebible que sea el propio Presidente quien ponga en peligro la armonía y la convivencia ciudadana. Y, en segundo lugar, el Presidente está para defender al aficionado, y no los intereses más ruines y mezquinos de la empresa arrendataria. Tampoco está para defender los intereses de los toreros..., porque está dentro de lo posible que la raíz del problema fuera el segundo sobrero: un toraco pavoroso que los toreros no querían que saliese de ninguna manera.
Ya va siendo hora de que sean los aficionados los que suban al palco. En Francia y en el País Vasco así se hace, y las cosas funcionan de maravilla. Un funcionario del Cuerpo Nacional de Policía está para detener delincuentes, no para presidir festejos taurinos. El aficionado, cuyo bolsillo es el que financia todo el espectáculo taurino, quiere ser también el que tome la decisiones sobre el mismo, sin injerencias de instituciones que en realidad nada tienen que ver con la tauromaquia. Los policías a la Comisaría. Al palco, los aficionados.
Miguel Abellán no pudo hacer absolutamente nada con un Camacho inválido. Al entrar a matar por segunda vez nos llevamos un susto tremendo: Abellán recibió un puntazo en la boca. Parece que todo ha quedado en una herida de pronóstico reservado y en la pérdida de algunos dientes. Gracias a Dios por haberlo librado del peligro extremo que suponen esas heridas en la cara.
Daniel Luque toreó francamente bien a su primero en una faena de mucho temple y muy buen gusto. Pero, si no tuvo eco en el tendido, fue porque el torillo era una birria sin fuerza. En las plazas provincianas esta clase de faenas tienen premio. En Madrid no. En Madrid, para que el espectador tome en serio la labor del torero, este ha de estar delante de un auténtico toro. Y así debe ser. El quinto fue un inválido de Camacho al que Daniel Luque solo pudo hacer una cosa: matarlo. Hubiera sido mejor que le hubiera echado el capote abajo y forzado la salida del sobrero. Pero, claro, exponerse a la incertidumbre de un sobrero, es un trago que casi nadie está dispuesto a pasar. Prefiere lamentar la mala suerte de la poca fuerza que ha tenido el lote. Esta mentalidad conformista es pésima para un matador joven que tiene todo por ganar.
El Fandi estuvo como es su costumbre: muy profesional. Y gracias a esta profesionalidad se mantuvo el interés de la corrida. Fácil y variado con la capa, espectacular con las banderillas y eficaz con la muleta y el acero. Los palmosillos que mató fueron iguales: sosos y de embestida corta. Estuvo muy por encima de ellos, sacando muchos muletazos largos y limpios. El tercio de banderillas del sexto fue muy bueno, en especial un cuarto par al hilo de las tablas y por los adentros, en que expuso una enormidad. Pero ahí se acabó todo, pues el chivo de Salvador Domecq tuvo una arrancada extremadamente corta.
Cuando el Fandi dio muerte al sexto, la gente, como si no hubiera pasado nada, se marchó del coso tan tranquila, hablando de sus cosas y haciendo planes para la noche del sábado. Y es que el público de los toros es extraordinario. Una tomadura de pelo así, se la hacen al público del fútbol y el follón que se forma abre todos los telediarios.
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