domingo, 23 de octubre de 2011

En la Muerte de un Gran Torero: Antoñete

ANTOÑETE, CLÁSICO ENTRE LOS CLÁSICOS

Madrid, viernes 22 de Mayo de 1981. Toreaban El Niño de la Capea y Julio Robles. Junto a ellos hizo el paseíllo un hombre maduro, vestido de grana y oro, al que nadie conocía ya. Y ese ¿quién es?, preguntaba la gente en el tendido. La memoria de Antoñete se había borrado y resultaba un perfecto desconocido. Después vimos un inicio de faena espléndido, y cómo, en un quite, Antoñete descubría a Julio Robles las posibilidades de un toro manso. La explosión llegó el 21 de Junio siguiente, en un mano a mano con Rafael de Paula. Antonio Chenel hizo una extraordinaria faena a un gran toro de Fermín Bohórquez. Incomprensiblemente solo de dieron una oreja, pero la faena, con su ligazón perfecta y su clasicismo impecable, fue modélica.
A partir de ahí, los aficionados más jóvenes de Las Ventas lo hicimos nuestro torero favorito, y comenzó el quinquenio glorioso de Antoñete, que estableció otro gran hito con el toro “Danzarín” de Garzón, el 3 de Junio de 1982, y culminó gloriosamente con la faena a “Cantinero”, también de Garzón, el 7 de Junio de 1985. Esta es la mejor época de Antoñete, su época dorada. En sus reapariciones posteriores sus pulmones no le permitían ya ligar el toreo y solo podíamos valorar los detalles. Y en sus primeras etapas, anteriores a los años ochenta, hacía un toreo bueno, pero más lineal y, por ello, menos rotundo, toro blanco incluido. Causa crucial, y no sus baches, por la que no estuvo en primera fila. Pero lo de los primeros años ochenta fue glorioso. Y aquellas faenas convirtieron a Antoñete en ejemplo del mejor toreo, del toreo más clásico.
En primer lugar habría que cantar su valor. Hemos visto quedarse quietos a muchísimos toreros a sus veinte años. Pero con cincuenta años, solo se ha quedado quieto Antoñete. Quizá porque sus circunstancias vitales le empujaran a ello. Sabía que era su última oportunidad y que no podía dejarla pasar. Pero el hecho es que con esa edad el único que ha sido capaz de torear con entrega ha sido él.
En segundo lugar Antonio Chenel ha tenido una gran técnica y una gran intuición. Su sentido de la colocación ha sido incomparable. No ha tenido igual. Se colocaba siempre en el terreno exacto y preciso, con lo que el toro ya se había dado medio muletazo él solito. Y con esta colocación se podía torear con muy pocas facultades, asunto crucial para un torero veterano. Colocándose tan bien y presentando los engaños tan planos, la ligazón era perfecta. Nadie ha ligado el natural con el de pecho como Antonio Chenel.
Además, en estos años ochenta Chenel abrió el compás y sacó el pecho. Su toreo se hizo rotundo y macizo y nadie hacía faenas tan fabulosas. Era el neoclasicismo llevado a la cumbre: perfecta colocación manoletista junto a una expresión estética reciamente belmontista. Esas medias echándose todo el toro a cintura, como la que dio al toro de Lora Sangrán el 26 de Mayo del 83, que puso la plaza en pie; esos inicios de faena, con aquellos sabrosos trincherazos...; y luego el toreo fundamental, con una de las zurdas mejores que ha habido en el toreo, por rotunda y mandona. Tan buena era la zurda, que la gente no se fijaba en la diestra, que era, sin embargo, una derecha exquisita, por suave y templada. Tampoco hay que olvidar esos pases de pecho de pitón a rabo.
Y otra de las grandes virtudes de Antoñete fue dar sitio a los toros. Citarlos de lejos y aguantarlos. Por eso los aficionados jóvenes le hicimos nuestro ídolo, porque Antoñete supuso un revulsivo en el toreo de aquellos años ochenta. Un revulsivo tremendamente positivo. Porque la tan cantada actualmente generación de los setenta, abusaba del encimismo y del unipase. Por ello Chenel, citando de lejos y ligando impecablemente, quitó muchos vicios del toreo. Con su ejemplo en los ruedos, Antonio Chenel enseñó a torear a muchos, con lo que su influencia en el toreo de los últimos tiempos es muy importante. No solo en César Rincón, su mejor alumno, sino también en toreros aparentemente más alejados de él, como José Tomás o El Juli. Se impuso definitivamente el auténtico toreo, el de la pata p’alante, la máxima quietud y la máxima ligazón. Y encima Antoñete lo hacía con una clase y un garbo incomparables.
Si hay un pócker de ases neoclásicos (los clásicos posteriores a la Guerra Civil), indudablemente Antoñete es uno de ellos. Los otros son Julio Aparicio (extraordinario diestro maltratado por la historia), Antonio Ordóñez, Paco Camino y El Viti. Con el comodín de Antoñete hacemos repócker. Contemporáneo de los citados, con tanta clase como Ordóñez o Camino, pero más puro y sincero. Y tan buen constructor de faenas como El Viti, aunque hiciera menos. Lo insólito del caso es que fue máxima figura del toreo cuando todos sus contemporáneos ya estaban retirados.
Afortunadamente queda muchísimo material gráfico, muchas filmaciones de Antoñete. Vamos a poder disfrutar de su toreo siempre que queramos, y su memoria va estar siempre presente. Hay una faena de Chenel en un festival en Medina de Rioseco en 1986 que es impecable. Véanla, porque esa faena es el TOREO. Ni más ni menos

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