sábado, 24 de septiembre de 2011

Sábado, 24 de Septiembre: el Día de la Merced en Barcelona

¡VIVA LA FIESTA NACIONAL!


Vaya por delante una declaración de intenciones: Yo he venido a Barcelona para ver las dos últimas corridas de la temporada 2011. No he venido para asistir al cierre de la Monumental, ya que espero que no llegue a suceder. Unos politicastros, ciegos de odio a España y a todo lo que representa, no pueden acabar con la tradición taurina de Barcelona, una tradición más que centenaria. Y si de vez en cuando se dan corridas como la de ayer, con la Fiesta no hay quien pueda. Así que espero que en los próximos meses las cosas cambien y se de un golpe de timón. No se puede consentir el atropello a su libertad que están sufriendo los aficionados catalanes. Como durante la corrida de ayer se gritaba en la plaza, Cataluña es taurina y esperamos que siga siéndolo...
Y vayamos a la corrida de ayer, sin duda la mejor del año y de muchísimos años. Los toros fueron de Núñez del Cuvillo, bien presentados. Tres y tres: tres toros buenos y tres no tan buenos. Cayeron equitativamente uno de cada en los tres lotes.
José Mari Manzanares se encontró en primer lugar con un toro muy manso y abanto que se rebotó de los caballos. Juan José Trujillo expuso mucho en dos pares de gran mérito. No es lo mismo clavar los palitroques a una babosa que a un toro que aprieta hacia los adentros. Trujillo expuso mucho, se asomó al balcón y clavó dos grandes pares. La faena comenzó con dos buenas series de Manzanares con la mano derecha, algo rápidas, pero hay que tener en cuenta que el toro embestía con todo.
Cuando Manzanares se echó la muleta a la mano izquierda, el toro el toro un atragantón y la faena se vino abajo. Quiso volver a la diestra, pero el toro ya no quiso embestir más. Se empeñó en matar recibiendo en toriles, y la estocada quedó muy defectuosa, contraria y tendida. Siempre digo que las estocadas recibiendo deben reservarse para los grandes toros, y no propinarlas a toros que no las merecen. Se devalúa una suerte muy bella y muy expuesta, por lo que el riesgo es excesivo. Las dos orejas que se le concedieron fueron a todas luces exageradas. Una hubiera estado bien.
Con su segundo Manzanares estuvo mucho mejor. El toro era un precioso colorao con mucha clase, pero con la fuerza justa. Con algo más de potencia, el toro hubiera sido excelente. Fue muy paciente Manzanares con él: no lo acosó, no lo atacó y le dio tiempo, midiendo mucho las alturas y los espacios. Basó la faena alternativamente en las dos manos. Destacó una grandiosa serie con la mano derecha llena de mando, de cadencia y de temple. Como Talavante es el rey de la mano izquierda, Manzanares lo es de la mano derecha.
La estocada recibiendo fue, esta vez sí, impecable, impresionante, irreprochable. Se viene diciendo que la suerte de matar carece de importancia. Pero no es verdad. La suerte de matar es la suerte suprema. La grandiosa estocada de Manzanares a su segundo lo demostró, y marcó la diferencia entre una oreja y las dos. Manzanares con la espada suele ser inapelable, lo que constituye uno de los secretos de sus triunfos y sus éxitos.
El Juli dio ayer una lección magistral. Una más, una de tantas. El Juli nunca decepciona. Seguramente hay toreros que torean más bonito, pero nadie con tanto poder y tanta autenticidad como El Juli. Su primero fue un buen toro, y fue exprimido cabalmente con series largas y mandonas, de muleta arrastrada y trazo amplio. Dos orejas indiscutidas. Pero lo de su segundo toro fue aun más importante.
Ese segundo toro del Juli, quinto de la tarde, tuvo mucho que torear. Un toro que se lo pensaba cuando metía la cara, y que se quedaba cortito y embestía violento. Un toro muy exigente que muy pocos serían capaces de cuajar. El Juli lo cuajó con su monumental valor y su perfecta técnica. Cuando el toro dudaba, el Juli aguantaba. Cuando el toro se lo pensaba, el Juli daba el toque preciso. Y así el toro siempre fue adelante, aunque no quería. La faena fue a más y el toreo con la zurda fue extraordinario.
Tras una estocada de mucha exposición porque el toro echó la cara arriba, el Presidente negó la segunda oreja. Absurda decisión pues la faena del Juli a su segundo fue mucho mejor que la que hizo a su primer toro, al que cortó las dos orejas. El Juli estuvo como es él: macizo, completo, absoluto. Es posible que se hable más de otros, pero quien manda en el toreo es Julián López, y desde hace años.
Con Morante de la Puebla hubo de todo. Le salió en primer lugar un toro de calidad y buen estilo al que no entendió. Faena muy espesa, sin cadencia ni ligazón. Y con el cuarto toro es la vez que peor he visto a Morante. Nunca lo había visto tan desbordado, tan mal. El toro era un manso muy abanto y tenía poder. Se le cambió el tercio con dos picotacitos, cuando habría que haberlo pegado en el caballo para poder torearlo después. Morante no lo hizo y luego lo lamentó.
En un quite por chicuelinas, muy movidas, se dio cuenta Morante de que el toro probaba mucho y se quedaba muy corto. La faena fue un auténtico descalzaperros, con un torero a la deriva totalmente desconfiado. Nunca había visto a Morante así. Siempre, aun siendo un artista genial, había tenido el oficio que le permite no verse aperreado por los toros. Ayer estuvo aperreado por este toro.
La bronca que escuchó tras finiquitarlo de mala manera, fue de las que hacen época. Hacía años que no veía una bronca tan seria en una plaza de toros. Pero con estos toreros artistas nunca se sabe. Las cañas se tornaron lanzas. En un quite al sexto de Manzanares brilló una media verónica de auténtico cartel y, después, pidió el sobrero...
El sobrero era un torito de Juan Pedro Domecq tan noble como justo de fuerzas. Lo toreó Morante de modo extraordinario con el capote, tanto en el recibo como en un gran quite. Brilló en todo su esplendor el toreo a la verónica.
El tercio de banderillas lo compartieron los tres diestros, aunque con más voluntad que acierto. Solo mereció la pena el par de Morante, cuya faena fue un compendio de inspiración. En otras manos más bruscas un toro tan noble y de tan poca raza se hubiera venido abajo. Pero Morante fue capaz de construir una preciosa faena que combinó admirablemente, tanto la profundidad del toreo al natural, como los adornos y el inspirado repertorio de Morante. Dio un afarolado con la derecha que pareció sacado de una página de “La Lidia”, como una foto de Rafael el Gallo. Bonitos molinetes y molinetes invertidos.
Después de una estocada corta, le fueron concedidas las dos orejas y aquello fue el acabose: toda la plaza se echó al ruedo para sacar en hombros a los toreros. No se trataba de la clásica apoteosis prefabricada en que unos costaleros, profesionales y pagados, sacan en hombros a los toreros ante la indiferencia del público. Era de verdad. La plaza entera se echó al ruedo a sacar en hombros a los triunfadores de la tarde...
Y mientras veía este espectáculo, yo pensaba: ¡Qué pena que la corrida no hubiera sido televisada! Hubiera sido un enorme favor para la Fiesta de los toros y para el toreo en Cataluña. Estas cosas deben ser vistas por Televisión. Pero no en la pequeña pantalla de un canal de pago, no. Me refiero a la pequeña pantalla de las grandes televisiones públicas al servicio de todos los ciudadanos. No se puede privar a los españoles de apoteosis como la de ayer en el grandioso espectáculo de una corrida de toros.
Pese a quien pese, duela a quien duela, la fiesta seguirá a pesar de los deseos de todos esos mezquinos enanos mentales que quieren acabar con ella. No podrán. Estoy seguro.

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